NARRATIVA DE LA BREVEDAD
SELECCIÓN LITERARIA PARA TALLER LITERARIO 2021
LUIS BRITTO
GARCÍA
RUBÉN
Traga Rubén no
brinques Rubén sóplate Rubén no te orines en la cama Rubén no toques Rubén no
llores Rubén estate quieto Rubén no saltes en la cama Rubén no saques la cabeza
por la ventanilla Rubén no rompas el vaso Rubén, Rubén no le saques la lengua a
la maestra Rubén no rayes las paredes Rubén di los buenos días Rubén deja el
yoyo Rubén no juegues trompo Rubén no faltes al catecismo Rubén amárrate la
trenza del zapato Rubén haz las tareas Rubén no rompas los juguetes Rubén reza
Rubén no te metas el dedo en la nariz Rubén no juegues con la comida no te
pases la vida jugando la vida Rubén.
Estudia Rubén no
te jubiles Rubén no fumes Rubén no salgas con tus compañeros Rubén no te pelees
con tus amigos Rubén, Rubén no te montes en la parrilla de las motos Rubén
estudia la química Rubén no trasnoches Rubén no corras Rubén no ensucies tantas
camisetas Rubén saluda a la comadre Paulina Rubén no andes en patota Rubén no
hables tanto, estudia la matemática Rubén no te metas con la muchacha del
servicio Rubén no pongas tan alto el tocadiscos Rubén no cantes serenatas Rubén
no te pongas de delegado de curso Rubén no te comprometas Rubén no te vayas a
dejar raspar Rubén no le respondas a tu padre Rubén, Rubén córtate el pelo,
coge ejemplo Rubén.
Rubén no
manifiestes, con cantes el Belachao Rubén, Rubén no protestes profesores, no
dejes que te metan en la lista negra Rubén, Rubén quita esos afiches del
cheguevara, no digas yankis go home Rubén, Rubén no repartas hojitas, no pintes
los muros Rubén, no siembres la zozobra en las instituciones Rubén, Rubén no
quemes cauchos, no agites Rubén, Rubén no me agonices, no me mortifiques Rubén,
Rubén modérate, Rubén compórtate, Rubén aquiétate, Rubén componte.
Rubén no
corras Rubén no grites Rubén no brinques Rubén no saltes Rubén no pases frente
a los guardias Rubén no enfrentes los policías Rubén no dejes que te disparen
Rubén no saltes Rubén no grites Rubén no sangres Rubén no caigas
Exvoto
A las
chicas de Flores
Autor:
Oliverio Girondo
Las chicas
de Flores, tienen los ojos dulces, como
las
almendras azucaradas de la Confitería del Molino,
y usan
moños de seda que les liban las nalgas
en un
aleteo de mariposa.
Las chicas
de Flores, se pasean tomadas de los
brazos,
para transmitirse sus estremecimientos, y
si alguien
las mira en las pupilas, aprietan las
piernas, de
miedo de que el sexo se les caiga en la
vereda.
Al atardecer,
todas ellas cuelgan sus pechos sin
madurar del
ramaje de hierro de los balcones, para
que sus
vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas,
y de noche,
al remolque de sus mamás -empavesadas
como
fragatas- van a pasearse por la plaza, para
que los hombres
les eyaculen palabras al
oído y sus
pezones fosforescentes, se enciendan
y se
apaguen como luciérnagas.
Las chicas
de Flores, viven en la angustia de
que las
nalgas se pudran, como manzanas que
se han
dejado pasar, y el deseo de los hombres las
sofoca
tanto, que a veces quisieran desembarazarse
de él como
un corsé, ya que no tienen el
coraje de
cortarse el cuerpo a pedacitos y
arrojárselo,
a todos los que le pasan la vereda.
La tortuga - Leo MASLÍAH
Salí a caminar porque me sentía solo y el tedio me abrumaba. Afuera el
sol resplandecía. Las nubes también pero más oscuros. Llegué al parque y me
llené los bronquios de aire pura. Los ojos de los árboles se movían a impulso
de una brisa fresca y delicado que hacía tintinear además los esqueletos de
algunos insectos muertas contra fragmentos de botellas rotos. Me acerqué al
lago y vi que una tortuga trataba de avanzar por el barro pugnando por llegar
hasta el agua. No la dejé. Su caparazón era duro y su semblante inteligente y
serena. Me la llevé para casa, a fin de paliar mi soledad. Cuando llegamos la
puse en la bañera y me fui a buscar en la biblioteca un libro de cuentas para
leerle. Ella escuchó atento, interrumpiéndome de vez en cuando para pedirme que
repitiera alguna frase que le hubiese parecido especialmente hermoso. Luego me
dio a entender que tenía hombre y ya me fui nuevamente al lago a buscar alga
que le resultara apetecible. Recogí pasto y una planta de ojos verdes oscuras.
También junté algún hormiga, por si acaso. De nuevo en casa, fui a llevar las
cosas al baño, pero el tortuga no estaba allí. Lo busqué por todas partes, en
el ropero, la refrigeradora, entre los sábanos, alfombras, vajillo, estantes,
pero no hubo casa, no lo encontré. Entonces me vinieron deseos de ir al baño y
los hice, pero cuando tirábamos la cadena comprobaste que el inodoro estaba
tapada. Se les ocurrió entonces que the tortuga podía haberse metida allí.
¿Cómo rescatarlos? Salí de casa y caminé hasta encontrar una alcantarilla.
Levantéi la tapa y me metisteis ahí. No habían luces. Caminéi. Los pies se me
mojarán. Una rata morderói. Yo seguéi. "¡Tortuguéi, tortuguéi!",
gritéi. Nodie contestoy. Avancex. Olor del agua no ser como la del lago.
"¡Tortugúy, vini morf papit!", insistiti. Ningún resultoti.
Expedición fútil.Salí del cantarillo y en casa me limpí y me preparó cafés. Lo
tomés a sorbo corta, mirondo televicián. En sópito ¿qué vemos in pantalla?
Tortugot. "¿Cómo foi a parar alá?", le preguntete. Y ella dijome ofri
con dichosa contestaçao: "No por Allah: Budapest. Corolarius mediambienst cardinal e input fosforest". A la que je la
contesté "bon, but mut canalis et adeus, Manuelita".
"¡Nai, nai!",
dictio tort, "eu program mostaza interesting".
"Demostric", pidulare.
Tons turtug bailó, candó, concertare, crobacía y magiares, asta que yo
poli me zzz.
EL
RAYO QUE CAYÓ DOS VECES EN EL MISMO SITIO
Autor:
Augusto Monterroso
País:
Guatemala-México
Número
de palabras: 42
Hubo
una vez un rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la
primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió
mucho.
EL
CID Y JIMENA
Autor:
Marco Denevi
País:
Argentina
Número
de palabras: 23
Se
amaron después de tantas dificultades que en el lecho nupcial les pareció que
amarse no valía gran cosa.
LA
HORMIGA ESCRITORA
Autor:
David Lagmanovich
País:
Argentina
Número
de palabras: 13
Si una hormiga resultara escritora, ¿qué
podría escribir sino minificción?.
CORTÍSIMO
METRAJE
(cuento)
Julio Cortázar
(Bélgica-Argentina, 1914-1984)
Automovilista en
vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la
ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop,
tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas
palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a
las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento
rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo
más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras
el terror crece poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde
se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha
lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del
bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles,
pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso
roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor
impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse’.
Último round (1969), Madrid, Debate, 1992
Seol
Leónidas
Lamborghini
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lo mortal
lo que se oye.
—oíd: el ruido de
lo roto en el trono de la identidad
en
lo dignísimo.
—oímos
respondemos: el
ruido de lo sagrado de lo unido en
lo dignísimo de
Resultado de
imagen para himno nacional argentinola identidad que se rompe.
oímos lo abierto
a lo mortal, la salud rota en
lo mortal: el
grito.
—oíd lo roto. lo
mortal en libertad. la libertad de lo mortal.
oíd: la libertad
de lo roto. el grito.
el trono. el
ruido de lo mortal en el trono de lo sagrado
del trono de la
identidad.
el ruido de lo
roto: la identidad. el trono.
—respondemos:
oímos en el ruido el ruido. oímos en el ruido el
ruido. lo sagrado
roto o
lo que se une. la
identidad en el trono de lo dignísimo o
lo que se rompe
en lo unido que se rompe y
abre.
las cadenas rotas
de la identidad que se rompe y une. oímos
en lo mortal lo
mortal que oímos. lo que se abre a lo mortal:
el grito.
—oíd lo que se
oye
oíd lo que se
oye.
—oímos el grito
de lo mortal de
lo roto de las
cadenas. oímos el ruido de lo mortal
en el trono.
oímos en el ruido el ruido de lo roto de
las cadenas. de
la identidad unida que se rompe y
une: —respondemos
respondemos.
—oíd lo que se
oye: en el camino su oíd la salud rota
en el trono. en
sus cadenas.
las cadenas de la
libertad de lo mortal en el trono
en lo que está
coronado o de gloria que se rompe o
une.
—oímos en el
ruido el ruido. oímos en lo roto lo
roto coronado que
se rompe.
—oíd lo que se
oye.
—oíd lo que se
oye.
—oímos lo que se
abre: respondemos. lo que está abierto
en el ruido.
respondemos respondemos.
oímos en el ruido
el ruido. el grito. el trono
de la identidad
que se abre a lo mortal. el ruido de
lo mortal. el
ruido en
libertad de las
cadenas. el trono en la gloria de lo
dignísimo de la
identidad de
lo sagrado de la
identidad coronado o
que se rompe. o
que se abre
en el camino su
de. y se rompe o une y se une y rompe.
respondemos
respondemos.
—oíd lo que se
oye. oíd
lo que se oye.
—oímos la
libertad de lo unido o su gloria o lo roto
que se rompe o
une, el ruido de la identidad unida que
se abre rota. lo
mortal.
oímos en el ruido
el grito. el trono en la gloria de
la identidad
unida o en lo mortal abierto
a
lo que se rompe.
el grito
de la identidad
en el trono
de lo unido en su
gloria o
que se rompe y
une en el grito.
en lo dignísimo
de la identidad o
lo roto que
—oíd lo que se
oye.
—oíd lo que se
oye.
—oímos en el
ruido el ruido. oímos
en
el ruido el ruido. oímos. respondemos.
Caperucita Roja de Gabriela Mistral.
Caperucita
Roja visitará a la abuela
que en el poblado próximo sufre de extraño mal.
Caperucita Roja, la de los rizos rubios
tiene el corazoncito tierno como un panal.
A las primeras
luces ya se ha puesto en camino
y va cruzando el bosque con un pasito audaz.
Sale al paso Maese lobo, de ojos diabólicos.
“¡Caperucita Roja, cuéntame a dónde vas!”.
Caperucita es
cándida como los lirios blancos.
“Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel
y un pucherito suave, que se derrite en jugo.
¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él”.
Y ahora, por
el bosque discurriendo encantada,
recoge bayas rojas, corta ramas en flor.
Y se enamora de unas mariposas pintadas
que le hacen olvidarse del viaje del Traidor.
El lobo
fabuloso de blanqueados dientes
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor,
y golpea en la plácida puerta de la abuelita
que le abre. ¡A la niña, ha anunciado el traidor!
Ha tres días
la bestia no sabe de bocado.
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender!
… Se la comió riendo toda y pausadamente
y se puso en seguida sus ropas de mujer.
Tocan dedos
menudos a la entornada puerta.
De la arrugada cama, dice el Lobo: “¿Quién va?”.
La voz es ronca. “Pero la abuelita está enferma”,
la niña ingenua explica. “De parte de mamá”.
Caperucita ha
entrado, olorosa de bayas.
Le tiemblan en las manos gajos de salvia en flor.
“Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho”.
Caperucita cede al reclamo de amor.
De entre la
cofia salen las orejas monstruosas.
“¿Por qué tan largas?”, dice la niña con candor.
Y el velludo engañoso, abrazando a la niña:
“¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor”.
El cuerpecito
tierno le dilata los ojos.
El terror en la niña los dilata también.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes ojos?”
“Corazoncito mío, para mirarte bien…”
Y el viejo
Lobo ríe, y entre la boca negra
tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes dientes?”
“Corazoncito, para devorarte mejor…”
Ha arrollado
la bestia, bajo sus pelos ásperos
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón,
y ha molido las carnes y ha molido los huesos
y ha exprimido como una cereza el corazón.
oveja negra
Carlos
Cocciolo
oveja filogenética,
oveja desaliñada, que provoca con su mirada,
que no salta de sueño en sueño
que es fundamentalmente: negra:
ovejas negras que sí las hay, en toda familia...
en todo lugar,
son
ovejas filósofas y filosas,
tienen una apariencia oscura, pero quieren saltar,
llegan tarde a todos lados,
reniegan de ser oveja-producto-serviles-discípulas,
ovejas del buen pastor,
no quieren ser.
son así, y hay pocas reconocidas en la historia. que solo homenajea
después de vida. recordando poco y falsificando lo mejor.
BALADA DE LA OFICINA
Entra.
No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una
blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá
enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y
golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el
perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra.
En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas.
Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El
viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya
golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas
de los árboles… f… f… f… f… El viento es juguetón como un recental; esto no es
serio. Tú entra.
Deja
en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué
podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental,
regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No
te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el
viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y
la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres
horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer,
monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra,
entra.
Entra;
penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan
sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi
carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la
lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra;
así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días
pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus
hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la
compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas;
mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes,
jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus
ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además,
cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que
ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra;
urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo
jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No
te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que
es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas.
Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A
trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre
todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro
horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a
hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran,
se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio.
Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú
mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los
músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún
remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo
sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo
agradezcas! Yo soy así.
Ahora
vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el
camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los
días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi
seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al día
siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!
La casa de Asterión
[Cuento -
Texto completo.]
Jorge Luis Borges
Y la reina dio a luz un hijo
que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I
Sé que me acusan de soberbia, y tal
vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a
su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero
también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están
abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que
quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios,
pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en
la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.)
Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra
especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay
una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún
atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como
la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño
y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente
oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de
las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en
vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi
modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me
interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo,
pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y
triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo
grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta
impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo
deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones.
Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta
rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de
un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer,
hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los
ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha
cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el
que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le
muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la
encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te
gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás
cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los
dos.
No sólo he imaginado esos juegos;
también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas
veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un
abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos,
patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin
embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de
piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar.
Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son
catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces,
catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez:
arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y
el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa
nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el
fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia
dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos.
Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las
otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su
muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la
soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo.
Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos.
Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi
redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con
cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la
espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-.
El minotauro apenas se defendió.
1.
El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de
Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
El Aleph, 1944
NARCISO
a. Narciso era tespio,
hijo de la ninfa azul Liríope, a la que el dios fluvial Cefiso había rodeado en
una ocasión con las vueltas de su corriente y luego violado. El adivino
Tiresias le dijo a Liríope, la primera persona que consultó con él: «Narciso
vivirá hasta ser muy viejo con tal que nunca se conozca a sí mismo.» Cualquiera
podía excusablemente haberse enamorado de Narciso, incluso cuando era niño, y
cuando llegó a los dieciséis años de edad su camino estaba cubierto de
numerosos amantes de ambos sexos cruelmente rechazados, pues se sentía
tercamente orgulloso de su propia belleza.
b. Entre esos amantes se
hallaba la ninfa Eco, quien ya no podía utilizar su voz sino para repetir
tontamente los gritos ajenos, lo que constituía un castigo por haber
entretenido a Hera con largos relatos mientras las concubinas de Zeus, las
ninfas de la montaña, eludían su mirada celosa y hacían su escapatoria. Un día
en que Narciso salió para cazar ciervos, Eco le siguió a hurtadillas a través
del bosque sin senderos con el deseo de hablarle, pero incapaz de ser la primera
en hablar. Por fin Narciso, viendo que se había separado de sus compañeros,
gritó:
—¿Está alguien por aquí?
—¡Aquí! —repitió Eco, lo
que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista.
—¡Ven!
—¡Ven!
—¿Por qué me eludes?
—¿Por qué me eludes?
—¡Unámonos aquí!
— ¡Unámonos aquí!
—repitió Eco, y corrió alegremente del lugar donde estaba oculta a abrazar a
Narciso. Pero él sacudió la cabeza rudamente y se apartó:
—¡Moriré antes de que
puedas yacer conmigo! —gritó.
—Yace conmigo —suplicó
Eco.
Pero Narciso se había
ido, y ella pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de
amor y mortificación, hasta que sólo quedó su voz[1].
c. Un día Narciso envió una espada a Aminias, uno
de sus pretendientes más insistentes, y cuyo nombre lleva el río Aminias,
tributario del río Helisón, que desemboca en el Alfeo. Aminias se mató en el
umbral de Narciso pidiendo a los dioses que vengaran su muerte.
d. Ártemis oyó la súplica
e hizo que Narciso se enamorase, pero sin que pudiera consumar su amor. En
Donacón, Tespia, llegó a un arroyo, claro como si fuera de plata y que nunca
alteraban el ganado, las aves, las fieras, ni siquiera las ramas que caían de
los árboles que le daban sombra, y cuando se tendió, exhausto, en su
orilla herbosa para aliviar su sed, se enamoró de su propio reflejo. Al
principio trató de abrazar y besar al bello muchacho que veía ante él, pero
pronto se reconoció a sí mismo y permaneció embelesado contemplándose en el
agua una hora tras otra. ¿Cómo podía soportar el hecho de poseer y no poseer al
mismo tiempo? La aflicción le destruía, pero se regocijaba en su tormento, pues
por lo menos sabía que su otro yo le sería siempre fiel pasara lo que pasase.
e. Eco, aunque no había
perdonado a Narciso, le acompañaba en su aflicción, y repitió compasivamente
sus «¡Ay! ¡Ay!» mientras se hundía la daga en el pecho, y también el final
«¡Adiós, joven, amado inútilmente!» cuando expiró. Su sangre empapó la tierra y
de ella nació la blanca flor del narciso con su corolario rojo, de la que se
destila ahora en Queronea un ungüento balsámico. Éste es recomendado para las
afecciones de los oídos (aunque puede producir dolores de cabeza), como un
vulnerario y para curar la congelación[2].
*
1. El «narciso» utilizado en la antigua corona de Deméter y Perséfone
(Sófocles: Edipo en Colona 682-4), llamado también leirion,
era la flor de lis o iris azul de tres pétalos consagrada a la diosa triple y
que se llevaba como guirnalda cuando se aplacaba a las Tres Solemnes (véase
115.c) o Erinias. Florece a fines del otoño, poco antes que el «narciso del
poeta», que es quizá por lo que se ha descrito a Liríope como madre de Narciso.
Este cuento moral fantástico —que explica incidentalmente las propiedades
medicinales del aceite de narciso, narcótico muy conocido, como implica la
primera sílaba de «Narciso»— puede haberse deducido de una ilustración que
representaba al desesperado Alcmeón (véase 107.e), u Orestes (véase 114.a)
tendido, coronado con lirios, junto a un estanque en el que ha tratado
inútilmente de purificarse después de asesinar a su madre; pues las Erinias se
han negado a ser aplacadas. En esa ilustración Eco representaría el ánima
burlona de su madre, y Amenio a su padre asesinado.
2. Pero issus, como inthus, es una terminación
cretense, y tanto Narciso como Jacinto parecen haber sido nombres del héroe de
la floración primaveral cretense cuya muerte lamenta la diosa en el anillo de
oro encontrado en la acrópolis micénica; en otras partes se le llama Anteo (véase
159.4), sobrenombre de Dioniso. Además, el lirio era el emblema real del rey de
Cnosos. En un relieve pintado que se encontró entre las ruinas del palacio
aparece caminando, con el cetro en la mano, por una pradera de lirios, y lleva
una corona y un collar de flores de lis.
ABELARDO CASTILLO
Conejo
Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que
se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
se le anegase en el profundo de la mar.
MATEO, XVIII: 6
No va a venir.
Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo
tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés
las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como
un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan
bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las
muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del
mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes
colorados, redondos. Caras de bobas, eso es lo que tienen.
A mí no me
importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque
estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés
nene y puro acariciar, como cuando te enfermas y andan tocándote la frente, que
parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y entonces
todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el
anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteojos se cree muy vivo, y
es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe
porque juego con vos, mírenlo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué
sabe él. Los grandes también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos
los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que
andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tranquilo y les decís mira lo
que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo. Ni te explican ni nada.
Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque
les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.
Yo me acuerdo
cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco,
más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo
de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, toma,
me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a
mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo
como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos
de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja
grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como
el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas
vos adentro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo
por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta
para nada a mí, mira la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que
tu padre. Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso
que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice
escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el
que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean,
bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita
Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca
el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo
que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa,
claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un juguete
como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes.
Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá.
Ella contaba cuentos, a la mañana sobre todo, que es cuando nunca está
enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de
verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en seguida
te andan gritando patadura, anda al arco querés, y malas palabras y hasta
delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no
traes a tu hermanito para que atajen juntos, y se reían. Por vos me lo
dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te
trajeron a propósito a vos, por los dientes.
Ellos vinieron
todos, como cuando la pulmonía. Y puro hacer caricias ahora, se piensan que
uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes
y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y
aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la basura
esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o
anduviera buscando camorra como siempre y no que viniera a decir esa
porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece
borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo
estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y
sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te
cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de
regalo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no
puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba.
Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande
había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito
parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le
decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no
está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo
dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser.
Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si
no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenes que quererlo
mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos.
Anda a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella
también. Y después puro regalar conejos, sí. Se creen que uno no se da cuenta,
como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá
y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas
de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por
eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí,
para hablar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el
mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo
cuando me río.
Me parece que
no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.
Y al final a
nadie se le importa un pito de los dientes, porque yo te quiero lo mismo y te
quiero porque sí, porque se me antoja. No porque ella te trajo y mejor si no
va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que
tenes no es nada linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura,
que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ganar
es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio
colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada,
por más que te arranque el brazo y te escupa todo, y vos te crees que estoy
llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga
todo el aserrín por la barriga y te quede la cabeza colgando, que para eso
tengo el tren y los patines y...
ORACIÓN, por Juan Gelman
Habítame,
penétrame.
Sea tu sangre
una con mi sangre.
Tu boca entre
mi boca.
Tu corazón
agrande el mío hasta estallar...
Desgárrame.
Caigas entera
en mis entrañas.
Anden tus
manos en mis manos.
Tus pies
caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme,
árdeme.
Cólmeme tu
dulzura.
Báñeme tu
saliva el paladar.
Estés en mí como
está la madera en el palito.
Que ya no
puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed
quemándome.
La soledad,
sus cuervos, sus perros, sus pedazos.
La función del arte/1 Eduardo Galeano
"Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,
después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la
inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayúdame a mirar!"
"EL MUNDO", DE
"EL LIBRO DE LOS ABRAZOS", EDUARDO GALEANO
“Un hombre del pueblo de Neguá,
en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que
había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de
fueguitos.
- El mundo es eso - reveló - un
montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz
propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y
fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni
se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida
con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se
enciende".