Niunamenos, por Carlos
Cocciolo
En medio de una ciudad de aspecto alcohólico. Boliches, boliches-antros.
Suciedad por doquier. Los hombres de la noche blanca han dejado sus huellas.
Veo que arrojan un cadáver amatambrado en una bolsa. ¿acaso los cuerpos no
tienen alma? ¿acaso un cuerpo independientemente de su sexo no tiene alma? No
me sorprende –paradójicamente- que el muerto esté tirado en la calle y que unos hombres haciéndose los tontos (y
extrañamente voraces-macho) en un auto poco lujoso manden arbitrariamente. La vida es una suerte de dados. Como a un
perro lo arrojan, lo tiran ausente de
vida, ¿sería una mujer trans? – me pregunto. Imagino que usaron su cuerpo a más
no poder, y ahora formaba parte del deshecho carnicero que llevarían los
empleados municipales. Camino despavoridamente. Esto es un infierno humano. Me
para un hombre de aspecto policíaco. Sigo de largo. Lo evito, no quiero
problemas, no quiero que me interrogue, no quiero tener parte en el delito. Me
agito, veo mis pies que se agitan de fastidio. Mis zapatos sucios. Las veredas
visten apocalípticas de papeles. Basura. Basura. Basura. Necesito de Lucas, mi amor.
Y él no está. Está enojado. ¿Estará enojado? Siento su enojo en mis venas, sé
que de alguna manera le fallé. Tengo la sensación de que se fue con otra. Sigo
caminando. No sé si lo estoy buscando o qué. Caminar es la única que te queda
cuando no sabés para dónde vas. Llego a una Iglesia que ya he visto en otros
sueños. Ocupa toda una manzana, viste de opulencia inadvertida, si bien su
arquitectura es en tono cuadrado. Es una iglesia Evangelista. Sale el Pastor,
que vive en frente de la iglesia, en una casa relativamente humilde y habla
conmigo. Viéndome en una situación
embarazosa, intercambiamos opiniones. ¿por qué él estaba ahí? ¿qué me había
llevado a encontrarlo? Le pido ayuda. Rápidamente él capta y entiende la
situación, -ya lo sé, debes hablar con la vieja. Y me da dinero y una bicicleta.
El Pastor me da unas palabras de aliento. Y empieza a llegar gente para hablar
con él. Me voy. El diablo enigmático y
reiterativo se me aparece. Me dice algo risueño, algo como… queloqueyolepedíesahoraélmismoenmí.
Que mi pedido es él. Que lo que pida lo tengo, pero es él en mi cuerpo el que
manda. No hago caso a lo que pienso. Ahora
mi objetivo es hacer llegar a la vieja. Llego hasta su maldita casa, intuía cómo
localizar la casa. La reconozco de inmediato: casa de dos pisos, jardín cuidado,
tejas. Golpeo las manos desde la calle. Ella
pareciera no estar. Salen perros. Todo, siempre, transcurre de noche. Salen
perros que quieren morderme ferozmente. Escapo. Veo un hombre que alienta en los perros su deseo de morderme. La casa
de la vieja está en un barrio pobre. Ergo: Los perros son feroces, asesinos,
sedientos de comer carne. Me logran dañar apenas mi media de nylon. Finalmente,
escapo. Siempre pienso por qué Lucas ha desaparecido. Camino y camino, como
perdida. Sé que es un sueño. Pero no puedo despertar. Camino. Veo la inmundicia
de la ciudad. Ruego despertar. Y finalmente creo que no es un sueño. El inconciente es una suerte de dados que no
conocemos.