Carlos Pablo Cocciolo

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viernes, 17 de septiembre de 2021

NARRATIVA DE LA BREVEDAD - SELECCIÓN LITERARIA PARA TALLER LITERARIO 2021

NARRATIVA DE LA BREVEDAD

SELECCIÓN LITERARIA PARA TALLER LITERARIO 2021


 

LUIS BRITTO GARCÍA

 

RUBÉN

 

Traga Rubén no brinques Rubén sóplate Rubén no te orines en la cama Rubén no toques Rubén no llores Rubén estate quieto Rubén no saltes en la cama Rubén no saques la cabeza por la ventanilla Rubén no rompas el vaso Rubén, Rubén no le saques la lengua a la maestra Rubén no rayes las paredes Rubén di los buenos días Rubén deja el yoyo Rubén no juegues trompo Rubén no faltes al catecismo Rubén amárrate la trenza del zapato Rubén haz las tareas Rubén no rompas los juguetes Rubén reza Rubén no te metas el dedo en la nariz Rubén no juegues con la comida no te pases la vida jugando la vida Rubén.

 

Estudia Rubén no te jubiles Rubén no fumes Rubén no salgas con tus compañeros Rubén no te pelees con tus amigos Rubén, Rubén no te montes en la parrilla de las motos Rubén estudia la química Rubén no trasnoches Rubén no corras Rubén no ensucies tantas camisetas Rubén saluda a la comadre Paulina Rubén no andes en patota Rubén no hables tanto, estudia la matemática Rubén no te metas con la muchacha del servicio Rubén no pongas tan alto el tocadiscos Rubén no cantes serenatas Rubén no te pongas de delegado de curso Rubén no te comprometas Rubén no te vayas a dejar raspar Rubén no le respondas a tu padre Rubén, Rubén córtate el pelo, coge ejemplo Rubén.

 

Rubén no manifiestes, con cantes el Belachao Rubén, Rubén no protestes profesores, no dejes que te metan en la lista negra Rubén, Rubén quita esos afiches del cheguevara, no digas yankis go home Rubén, Rubén no repartas hojitas, no pintes los muros Rubén, no siembres la zozobra en las instituciones Rubén, Rubén no quemes cauchos, no agites Rubén, Rubén no me agonices, no me mortifiques Rubén, Rubén modérate, Rubén compórtate, Rubén aquiétate, Rubén componte.

 

Rubén no corras Rubén no grites Rubén no brinques Rubén no saltes Rubén no pases frente a los guardias Rubén no enfrentes los policías Rubén no dejes que te disparen Rubén no saltes Rubén no grites Rubén no sangres Rubén no caigas

 

 

 

Exvoto A las chicas de Flores
Autor: Oliverio Girondo

Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como
las almendras azucaradas de la Confitería del Molino,
y usan moños de seda que les liban las nalgas
en un aleteo de mariposa.

Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los
brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y
si alguien las mira en las pupilas, aprietan las
piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la
vereda.

Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin
madurar del ramaje de hierro de los balcones, para
que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas,
y de noche, al remolque de sus mamás -empavesadas
como fragatas- van a pasearse por la plaza, para
que los hombres les eyaculen palabras al
oído y sus pezones fosforescentes, se enciendan
y se apaguen como luciérnagas.

Las chicas de Flores, viven en la angustia de
que las nalgas se pudran, como manzanas que
se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las
sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse
de él como un corsé, ya que no tienen el
coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y
arrojárselo, a todos los que le pasan la vereda.


 

 

La tortuga - Leo MASLÍAH

 

Salí a caminar porque me sentía solo y el tedio me abrumaba. Afuera el sol resplandecía. Las nubes también pero más oscuros. Llegué al parque y me llené los bronquios de aire pura. Los ojos de los árboles se movían a impulso de una brisa fresca y delicado que hacía tintinear además los esqueletos de algunos insectos muertas contra fragmentos de botellas rotos. Me acerqué al lago y vi que una tortuga trataba de avanzar por el barro pugnando por llegar hasta el agua. No la dejé. Su caparazón era duro y su semblante inteligente y serena. Me la llevé para casa, a fin de paliar mi soledad. Cuando llegamos la puse en la bañera y me fui a buscar en la biblioteca un libro de cuentas para leerle. Ella escuchó atento, interrumpiéndome de vez en cuando para pedirme que repitiera alguna frase que le hubiese parecido especialmente hermoso. Luego me dio a entender que tenía hombre y ya me fui nuevamente al lago a buscar alga que le resultara apetecible. Recogí pasto y una planta de ojos verdes oscuras. También junté algún hormiga, por si acaso. De nuevo en casa, fui a llevar las cosas al baño, pero el tortuga no estaba allí. Lo busqué por todas partes, en el ropero, la refrigeradora, entre los sábanos, alfombras, vajillo, estantes, pero no hubo casa, no lo encontré. Entonces me vinieron deseos de ir al baño y los hice, pero cuando tirábamos la cadena comprobaste que el inodoro estaba tapada. Se les ocurrió entonces que the tortuga podía haberse metida allí. ¿Cómo rescatarlos? Salí de casa y caminé hasta encontrar una alcantarilla. Levantéi la tapa y me metisteis ahí. No habían luces. Caminéi. Los pies se me mojarán. Una rata morderói. Yo seguéi. "¡Tortuguéi, tortuguéi!", gritéi. Nodie contestoy. Avancex. Olor del agua no ser como la del lago. "¡Tortugúy, vini morf papit!", insistiti. Ningún resultoti. Expedición fútil.Salí del cantarillo y en casa me limpí y me preparó cafés. Lo tomés a sorbo corta, mirondo televicián. En sópito ¿qué vemos in pantalla? Tortugot. "¿Cómo foi a parar alá?", le preguntete. Y ella dijome ofri con dichosa contestaçao: "No por Allah: Budapest. Corolarius mediambienst cardinal e input fosforest". A la que je la contesté "bon, but mut canalis et adeus, Manuelita".

 

"¡Nai, nai!", dictio tort, "eu program mostaza interesting".

 

"Demostric", pidulare.

 

Tons turtug bailó, candó, concertare, crobacía y magiares, asta que yo poli me zzz.

 

 

 

 

EL RAYO QUE CAYÓ DOS VECES EN EL MISMO SITIO

 

Autor: Augusto Monterroso

 

País: Guatemala-México

 

Número de palabras: 42

 

Hubo una vez un rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.

 

 

EL CID Y JIMENA

 

Autor: Marco Denevi

 

País: Argentina

 

Número de palabras: 23

 

Se amaron después de tantas dificultades que en el lecho nupcial les pareció que amarse no valía gran cosa.

 

 

LA HORMIGA ESCRITORA

 

Autor: David Lagmanovich

 

País: Argentina

 

Número de palabras: 13

 

Si una hormiga resultara escritora, ¿qué podría escribir sino minificción?.

 

 

 

CORTÍSIMO METRAJE

(cuento)

Julio Cortázar (Bélgica-Argentina, 1914-1984)

 

Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror crece poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en ese oficio no hay que descuidarse’.

 

 

Último round (1969), Madrid, Debate, 1992

 

 

Seol

Leónidas Lamborghini

 

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lo mortal

lo que se oye.

—oíd: el ruido de lo roto en el trono de la identidad

en

lo dignísimo.

—oímos

respondemos: el ruido de lo sagrado de lo unido en

lo dignísimo de

Resultado de imagen para himno nacional argentinola identidad que se rompe.

oímos lo abierto a lo mortal, la salud rota en

lo mortal: el grito.

—oíd lo roto. lo mortal en libertad. la libertad de lo mortal.

oíd: la libertad de lo roto. el grito.

el trono. el ruido de lo mortal en el trono de lo sagrado

del trono de la identidad.

el ruido de lo roto: la identidad. el trono.

—respondemos: oímos en el ruido el ruido. oímos en el ruido el

ruido. lo sagrado roto o

lo que se une. la identidad en el trono de lo dignísimo o

lo que se rompe en lo unido que se rompe y

abre.

las cadenas rotas de la identidad que se rompe y une. oímos

en lo mortal lo mortal que oímos. lo que se abre a lo mortal:

el grito.

—oíd lo que se oye

oíd lo que se oye.

—oímos el grito de lo mortal de

lo roto de las cadenas. oímos el ruido de lo mortal

en el trono. oímos en el ruido el ruido de lo roto de

las cadenas. de la identidad unida que se rompe y

une: —respondemos

respondemos.

—oíd lo que se oye: en el camino su oíd la salud rota

en el trono. en sus cadenas.

las cadenas de la libertad de lo mortal en el trono

en lo que está coronado o de gloria que se rompe o

une.

—oímos en el ruido el ruido. oímos en lo roto lo

roto coronado que

se rompe.

—oíd lo que se oye.

—oíd lo que se oye.

—oímos lo que se abre: respondemos. lo que está abierto

en el ruido. respondemos respondemos.

oímos en el ruido el ruido. el grito. el trono

de la identidad que se abre a lo mortal. el ruido de

lo mortal. el ruido en

libertad de las cadenas. el trono en la gloria de lo

dignísimo de la identidad de

lo sagrado de la identidad coronado o

que se rompe. o que se abre

en el camino su de. y se rompe o une y se une y rompe.

respondemos respondemos.

—oíd lo que se oye. oíd

lo que se oye.

—oímos la libertad de lo unido o su gloria o lo roto

que se rompe o une, el ruido de la identidad unida que

se abre rota. lo mortal.

oímos en el ruido el grito. el trono en la gloria de

la identidad unida o en lo mortal abierto

a

lo que se rompe. el grito

de la identidad en el trono

de lo unido en su gloria o

que se rompe y une en el grito.

en lo dignísimo de la identidad o

lo roto que

—oíd lo que se oye.

—oíd lo que se oye.

—oímos en el ruido el ruido. oímos

en el ruido el ruido. oímos. respondemos.


Caperucita Roja de Gabriela Mistral.

 

 

 

Caperucita Roja visitará a la abuela
que en el poblado próximo sufre de extraño mal.
Caperucita Roja, la de los rizos rubios
tiene el corazoncito tierno como un panal.

 

A las primeras luces ya se ha puesto en camino
y va cruzando el bosque con un pasito audaz.
Sale al paso Maese lobo, de ojos diabólicos.
“¡Caperucita Roja, cuéntame a dónde vas!”.

 

Caperucita es cándida como los lirios blancos.
“Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel
y un pucherito suave, que se derrite en jugo.
¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él”.

 

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada,
recoge bayas rojas, corta ramas en flor.
Y se enamora de unas mariposas pintadas
que le hacen olvidarse del viaje del Traidor.

 

El lobo fabuloso de blanqueados dientes
ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor,
y golpea en la plácida puerta de la abuelita
que le abre. ¡A la niña, ha anunciado el traidor!

 

Ha tres días la bestia no sabe de bocado.
¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender!
… Se la comió riendo toda y pausadamente
y se puso en seguida sus ropas de mujer.

 

Tocan dedos menudos a la entornada puerta.
De la arrugada cama, dice el Lobo: “¿Quién va?”.
La voz es ronca. “Pero la abuelita está enferma”,
la niña ingenua explica. “De parte de mamá”.

 

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas.
Le tiemblan en las manos gajos de salvia en flor.
“Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho”.
Caperucita cede al reclamo de amor.

 

De entre la cofia salen las orejas monstruosas.
“¿Por qué tan largas?”, dice la niña con candor.
Y el velludo engañoso, abrazando a la niña:
“¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor”.

 

El cuerpecito tierno le dilata los ojos.
El terror en la niña los dilata también.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes ojos?”
“Corazoncito mío, para mirarte bien…”

 

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra
tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes dientes?”
“Corazoncito, para devorarte mejor…”

 

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos
el cuerpecito trémulo, suave como un vellón,
y ha molido las carnes y ha molido los huesos
y ha exprimido como una cereza el corazón.

 

 

oveja negra

Carlos Cocciolo

oveja filogenética,
oveja desaliñada, que provoca con su mirada,
que no salta de sueño en sueño
que es fundamentalmente: negra:
ovejas negras que sí las hay, en toda familia...
en todo lugar,

son ovejas filósofas y filosas,
tienen una apariencia oscura, pero quieren saltar,
llegan tarde a todos lados,
reniegan de ser oveja-producto-serviles-discípulas,
ovejas del buen pastor,
no quieren ser.
son así, y hay pocas reconocidas en la historia. que solo homenajea
después de vida. recordando poco y falsificando lo mejor.

 

 

BALADA DE LA OFICINA

 Roberto Mariani

 

Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles… f… f… f… f… El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.

Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.

¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?

¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.

Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.

Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.

Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.

Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.

No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.

Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.

Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

 

 

La casa de Asterión

[Cuento - Texto completo.]

Jorge Luis Borges


Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I

 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

 

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

 

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

 

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

 

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

 

 

 

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.


1. El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

 

El Aleph, 1944

 

 

NARCISO

 

 

a. Narciso era tespio, hijo de la ninfa azul Liríope, a la que el dios fluvial Cefiso había rodeado en una ocasión con las vueltas de su corriente y luego violado. El adivino Tiresias le dijo a Liríope, la primera persona que consultó con él: «Narciso vivirá hasta ser muy viejo con tal que nunca se conozca a sí mismo.» Cualquiera podía excusablemente haberse enamorado de Narciso, incluso cuando era niño, y cuando llegó a los dieciséis años de edad su camino estaba cubierto de numerosos amantes de ambos sexos cruelmente rechazados, pues se sentía tercamente orgulloso de su propia belleza.

b. Entre esos amantes se hallaba la ninfa Eco, quien ya no podía utilizar su voz sino para repetir tontamente los gritos ajenos, lo que constituía un castigo por haber entretenido a Hera con largos relatos mientras las concubinas de Zeus, las ninfas de la montaña, eludían su mirada celosa y hacían su escapatoria. Un día en que Narciso salió para cazar ciervos, Eco le siguió a hurtadillas a través del bosque sin senderos con el deseo de hablarle, pero incapaz de ser la primera en hablar. Por fin Narciso, viendo que se había separado de sus compañeros, gritó:

—¿Está alguien por aquí?

—¡Aquí! —repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista.

—¡Ven!

—¡Ven!

—¿Por qué me eludes?

—¿Por qué me eludes?

—¡Unámonos aquí!

— ¡Unámonos aquí! —repitió Eco, y corrió alegremente del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza rudamente y se apartó:

—¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo! —gritó.

—Yace conmigo —suplicó Eco.

Pero Narciso se había ido, y ella pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y mortificación, hasta que sólo quedó su voz[1].

c. Un día Narciso envió una espada a Aminias, uno de sus pretendientes más insistentes, y cuyo nombre lleva el río Aminias, tributario del río Helisón, que desemboca en el Alfeo. Aminias se mató en el umbral de Narciso pidiendo a los dioses que vengaran su muerte.

d. Ártemis oyó la súplica e hizo que Narciso se enamorase, pero sin que pudiera consumar su amor. En Donacón, Tespia, llegó a un arroyo, claro como si fuera de plata y que nunca alteraban el ganado, las aves, las fieras, ni siquiera las ramas que caían de los árboles que le daban sombra, y cuando se tendió, exhausto, en su orilla herbosa para aliviar su sed, se enamoró de su propio reflejo. Al principio trató de abrazar y besar al bello muchacho que veía ante él, pero pronto se reconoció a sí mismo y permaneció embelesado contemplándose en el agua una hora tras otra. ¿Cómo podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo? La aflicción le destruía, pero se regocijaba en su tormento, pues por lo menos sabía que su otro yo le sería siempre fiel pasara lo que pasase.

e. Eco, aunque no había perdonado a Narciso, le acompañaba en su aflicción, y repitió compasivamente sus «¡Ay! ¡Ay!» mientras se hundía la daga en el pecho, y también el final «¡Adiós, joven, amado inútilmente!» cuando expiró. Su sangre empapó la tierra y de ella nació la blanca flor del narciso con su corolario rojo, de la que se destila ahora en Queronea un ungüento balsámico. Éste es recomendado para las afecciones de los oídos (aunque puede producir dolores de cabeza), como un vulnerario y para curar la congelación[2].

 

*

 

1. El «narciso» utilizado en la antigua corona de Deméter y Perséfone (Sófocles: Edipo en Colona 682-4), llamado también leirion, era la flor de lis o iris azul de tres pétalos consagrada a la diosa triple y que se llevaba como guirnalda cuando se aplacaba a las Tres Solemnes (véase 115.c) o Erinias. Florece a fines del otoño, poco antes que el «narciso del poeta», que es quizá por lo que se ha descrito a Liríope como madre de Narciso. Este cuento moral fantástico —que explica incidentalmente las propiedades medicinales del aceite de narciso, narcótico muy conocido, como implica la primera sílaba de «Narciso»— puede haberse deducido de una ilustración que representaba al desesperado Alcmeón (véase 107.e), u Orestes (véase 114.a) tendido, coronado con lirios, junto a un estanque en el que ha tratado inútilmente de purificarse después de asesinar a su madre; pues las Erinias se han negado a ser aplacadas. En esa ilustración Eco representaría el ánima burlona de su madre, y Amenio a su padre asesinado.

2. Pero issus, como inthus, es una terminación cretense, y tanto Narciso como Jacinto parecen haber sido nombres del héroe de la floración primaveral cretense cuya muerte lamenta la diosa en el anillo de oro encontrado en la acrópolis micénica; en otras partes se le llama Anteo (véase 159.4), sobrenombre de Dioniso. Además, el lirio era el emblema real del rey de Cnosos. En un relieve pintado que se encontró entre las ruinas del palacio aparece caminando, con el cetro en la mano, por una pradera de lirios, y lleva una corona y un collar de flores de lis.

 

ABELARDO CASTILLO

 

Conejo

 

Y cualquiera que escandalizare a uno de estos

 pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le

colgase al cuello una piedra de molino de asno, y

se le anegase en el profundo de la mar.

MATEO, XVIII: 6

 

No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes colorados, redondos. Caras de bobas, eso es lo que tienen.

 

A mí no me importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés nene y puro acariciar, como cuando te enfermas y andan tocándote la frente, que parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y en­tonces todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteo­jos se cree muy vivo, y es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe porque juego con vos, míren­lo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué sabe él. Los gran­des también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tran­quilo y les decís mira lo que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo. Ni te explican ni nada. Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.

 

Yo me acuerdo cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco, más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, toma, me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas vos aden­tro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta para nada a mí, mira la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que tu padre. Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean, bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa, claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un ju­guete como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes. Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá. Ella contaba cuentos, a la ma­ñana sobre todo, que es cuando nunca está enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en se­guida te andan gritando patadura, anda al arco querés, y malas pa­labras y hasta delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no traes a tu hermanito para que atajen jun­tos, y se reían. Por vos me lo dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te trajeron a propósito a vos, por los dientes.

 

Ellos vinieron todos, como cuando la pulmonía. Y puro ha­cer caricias ahora, se piensan que uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la ba­sura esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o anduviera buscando camorra como siempre y no que vi­niera a decir esa porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de rega­lo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba. Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser. Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenes que quererlo mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos. Anda a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella también. Y después puro regalar conejos, sí. Se creen que uno no se da cuen­ta, como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí, para ha­blar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo cuando me río.

 

Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.

Y al final a nadie se le importa un pito de los dientes, por­que yo te quiero lo mismo y te quiero porque sí, porque se me an­toja. No porque ella te trajo y mejor si no va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que tenes no es na­da linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura, que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ga­nar es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada, por más que te arranque el brazo y te escu­pa todo, y vos te crees que estoy llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga todo el aserrín por la ba­rriga y te quede la cabeza colgando, que para eso tengo el tren y los patines y...

 


ORACIÓN, por Juan Gelman

 

Habítame, penétrame.

Sea tu sangre una con mi sangre.

Tu boca entre mi boca.

Tu corazón agrande el mío hasta estallar...

Desgárrame.

Caigas entera en mis entrañas.

Anden tus manos en mis manos.

Tus pies caminen en mis pies, tus pies.

Árdeme, árdeme.

Cólmeme tu dulzura.

Báñeme tu saliva el paladar.

Estés en mí como está la madera en el palito.

Que ya no puedo así, con esta sed

quemándome.

 

Con esta sed quemándome.

 

La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.

 

 

 

La función del arte/1   Eduardo Galeano

"Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
 —¡Ayúdame a mirar!"

 

 

"EL MUNDO", DE "EL LIBRO DE LOS ABRAZOS", EDUARDO GALEANO

 

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

- El mundo es eso - reveló - un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende". 

 

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