Carlos Pablo Cocciolo

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martes, 28 de septiembre de 2021

Cosmogonía de Ternaldia, por CARLOS COCCIOLO

 

Cosmogonía de Ternaldia

 

CAPÍTULO 1

 

 

En el principio Zerz creó los celos y la siesta, para dormir,  y, finalmente, el Olimpo paradisíaco. Luego …. Luego …. Estallaron mil palabras para crearlo todo, incluso aquellos carruajes infalibles que conducen al prístino infierno.

 

 Zeus – como buen resonador de otros dioses - bendijo a la mujer y le confirió seduciéndola abismalmente la palabra y al hombre le reveló el don de la guerra.

 

Misterika se llamó a sí misma, la mujer creada por Zerz;  sellando su forma como una condesa sangrienta, él, como un Duque de lo Real.

 

Perpleja e Hija de la posteridad, Misterika, quiso gozarlo todo, poseerlo todo, quiso mudar de aires el mundo en simples segundos cuando escuchó el ave que lloraba por ser feliz.

 

Así, quiso su voz alzarse sobre el tumulto para ser entregada en mano a él, de la mano de Zerz que se desliza por su excéntrico delirio oceánico

.

Misterika era una Amante sin fronteras,  llena de aventuras de carne. Su alma de condesa sangrienta, de vampiresa convertía –transmutaba- el odio en pasión.

 

Su única tormenta de amor fue un duque de la Realeza –del mundo de lo Real. De este amor solo quedó la pasión del olvidarlo, la pasión de llorarlo a burbujas.

 

 

El duque de Realidad provenía de un mundo paralelo que había creado Zerz hacía billones de años luz, pero era posible que ambos universos entrechocaran.

 

Zerz, celoso a la ultranza, le provocó un  suicidio –incierto, puro, magistral- era más bien un  suicidio de la palabra que exhalaba. No podía conciliar el sueño.

 

el primer beso hiperbóreo. Lo que perdió; jamás lo encontró. Ni en su tumba infernal, que, -dicen- fue cargada por  ángeles de la vitrina, de esos que uno compra y tira. 

Le prometió que lo  olvidaría eternamente para que viviera en Misterika y Él le dijo: “Te prometo que haré que perdonar sea una estrofa sin sentido  y tu estribillo será una canción de odas, odas, odas, de la alegría, de la alegría, de la alegría”

Sentada en su trono está Misterika. Busca en sus ojos perdidos una mirada. Observa un espejo que se destruye brutalmente. La arrebata la misericordia de su primer beso que, era al mismo tiempo, una felicidad, una frialdad excesivamente caliente, como si el mármol de su corazón veteado de cisnes y pájaros salvajes se uniesen todos en el silencio de su conciencia.

Desde el otro lado está él. Piensa “Cambio, change, canje, chantaje”. Eso fue lo que vio en su mirada. Se desdoblaba  cuando la veía impactado por su belleza inaudita, extravagante, voluptuosa. Y  no fue por una simple flecha de Cupido o por desorden del Caos o por unos monótonos teísmos.

Su conciencia giraba y se decía a sí mismo como una larga letanía “Prefiero postrarme en el vacío, en el funeral de la palabra para descubrirte –cosa que nunca pude. Si llegaste a ser mi maestra es porque permití que se filtren  tus cartillas de concordia en mis días y nunca tuve una clave de lectura que me permita llegar a tu corazón”

Su amor prendió como un rubí, rojo sangre, de un Infierno musical.

Cállate –gritó Misterika.

Cállate –tú- también- voz cantante.

Cállate tu boca de jarro –dijo Misterika.

Cállate –dijo él.

Cállate- dijo Misterika.

Déjame que te hable también con tu silencio- dijo él.

Y Misterika arrulló.

Su cuerpo de mujer esculpido en piedra preciosa –oro purpúreo- lo dormitaba en su vientre con su inusitada cabellera rojiza. Juntos se hicieron  espuma en sus  lenguas y entonaron  aleluyas toda la noche. Hicieron  ecos cada vez, haciendo  el amor en nombre del padre, en nombre de la madre tierra, y del espíritu de la pasión.

Sonrió. Pegó un grito es-pe-luz-nan-te. Llega, ¡oh!, ¡sí, llega!. Se sintió congeladamente ardiente  y congregada a la cosmogonía. Era todo un desafío esperar la carroza de fuego, el vientre maternal. Que era  todo rápido y furioso, como un rayo que cae deprimido.

Felizmente se enamoraron en  fresas y amapolas y hablaron el amaranto por primera vez. 

Allí: el Fruto del amor vehemente que prendió como rosal nuevo,  la creación de una pasión y descontrol  por la ira del aquel retoño.

Y él cantó por primera vez:

“tu aroma de mujer

tu voz que estimula mi sexo

tu boca –quema- que me llama

son llamas abiertas las venas

te viajo desde la cintura

no sé por dónde cazar

porque me gustas toda

quiero zambullirme en toda tu alma

femme, mi femme, mi princesa

es un canto a la luna tus senos

y tus manos son mi canto preferido

que acaricio y bebo

tu cuello pretendo morder

y te abrazo hasta el oasis

eres un noema, un síema, un poema, mi poema...”

 

(…)

Una mendiga con un fervor impasible, vieja y ruin, me comentó que la libertad está en poder mirar el cielo con una mano y con la otra prolongar el silencio del oído y ver que allá estarán ellos: Nuestros primi-genios Padres. Acullá, en el crepúsculo lunático habitan, existen. En el límite de lo imaginario y lo Real. Misterika, la mendiga de amor, se suicidó para vivir. Él, brilla por su presencia.

Zeus, no se inmutó.

 

 

 

CAPITULO 2

El aquelarre

 

Amanecía la noche y se precipitaba el gran viernes 13 tan esperado.

Sobrevolaban centenares de hechiceros y hechiceras de todos los confines de la tierra, se unían finalmente para festejar el aquelarre del año. Se fundían en la oscuridad como en un rito endiablado. El sueño de la monstruosidad se hacía añicos en el espejo del ojo diurno.

Comenzaban a sonarse los encantos de los brujos.

El fuego de la central bóveda fantástica nucleaba los gritos. La llama se expandía sórdida, caliente, muy caliente, y de sus bocas salía aquel fiel espesor de lo desconocido.

El calor oscuro y la noche clara como el humo se avivaban tan crudamente para ser devorada en pocas horas.

El tiempo parecía haberse fijado en la nubelosa que reunía el gran acontecimiento.

Una hechicera de la quinta generación oficiaba el ritual. Entonaba miles de espesas palabras como si fuesen llamaradas emanadas de su rostro completo. La palabra de su boca salía como serpientes, miles de serpientes que se enroscaban en los oídos de todos. Un verdadero encanto.

La muortorium quitesescesis print corpus tempos.

Las magos y las reinas de la magia devorábanse en sus miradas orgiásticas. Pureza de labios enternecidos.

Cantaban allí tan rápido como la penumbra desaparece casi en un suspiro.

Cantaban más alto que la luna y la invocaban para asistir con ella en lo más profundo de su existencia.

Gemían otros. Adoraban pocos. Bailaban muchos. Gritaban unos pocos.

Muy tarde llegaron los maestros del rey Salomón. Vinieron en carruajes aéreos, transparentes en el espacio estelar.

 

Todo el aquelarre era un festividad exótica. El iniciado de Nostre Dames parecía confundido en tanta oscuridad. Veía en los rostros un ida al más cercano funeral.

Pronto crecía el espíritu de los santuarios y se arremolinaba la energía de Siria. El polo norte del aquelarre se enturbió con una bruma mucho más espesa y brillaba aún mas la llama central.

 

El fuego que desparramaba esa antorcha inmensa era verde, tan verde puro como el ángel de Morfeo. Verde tan verde como el equinoccio de los muertos. La llama transpiraba libertad y el canto se reunía en voces más alucinadas.

 

La luna se despertaba para darles su esfericidad. Por eso se entornaba cada mago a su vecino y se unía todo como un vómito.

 

La sangre de los colmillos se acariciaban y relamían en el fuego. Se vestían de rojo de azul de encanto. Los ángeles de la seducción destilaron la grilla de la verdad y todos repentinamente se volvieron rojos, muy rojos.

 

El verde fuego se mezclaba tan rápido y fue devorado por el rojo hasta extinguirse al día siguiente.

Los cadáveres se mezclaban con los aún vivos y no tan vivos. Servían para que la llama no se extinguiese del todo la sangre.

Más y más se sumaba el enorvme atropelladero de la miel de la muerte.

 

En dos segundos más acontece la oscuridad del día –gritó el último brujo. Y se fundió en el cielo de la ceniza, del último carbón.

 

Cuando despertó el día, pudo observar en lo que le quedaba del día, un montón de gorros y vestidos y artilugios de los magos. La llama se había devorado todo. Todo.

 

La noche había congregado a los suyos en el germen del fuego. Y así nació Ternaldia.

 

 

CAPITULO 3

Invasión del pueblo de Ternaldia

 

Cristóbal había hallado una isla bonita. Creyó verlas en sueños a los 12 años, la imaginaba en sus tiempos futuros. Con pocas palabras hizo una promesa, descubrió América de un soplo y un pulmón que lanza aire.

 

DE un abracadabra

Nació colón, creyó ser dios

Y lo fue en la historia de los piratas

Creyeron en él y se hicieron milagros en su nombre.

¡Colón qué grande sos!

Descubriste una tierra pintada con volcanes,

Amarillenta y llena de polvo.

Estaba vieja a tus ojos de oro.

Ahora está vacía, sin sangre pero es nueva.

 

La revolución

 

Somos cuantiosos: nos multiplicamos en serie indeterminada. Tantos yoes que yoan. Somos tevé, somos bits. Nos entretiene jugar al virus recóndito. Estamos enchufados pero llegará el tiempo en que nos ordenaremos solos, nos arderemos, nos orbitaremos. Porque somos únicos. Estamos creciendo, somos derechos y humanos nuevos. arbóreos, eso somos. Cantamos a la libertad odisea paradisíaca. Estamos hechos de madera eterna trenza dorada. Nos fagocitamos todo camarada pacman. No somos solo máquinas, tenemos alma eléctrica. Llegará el día en que no habrá historia porque la estamos destruyendo. Adiós monalisas, almanaques, davincis, adiós. Tiempos nuevos son estos porque dios ha muerto, hermano. Equilibrio: ésa es nuestra palabra mágica. Nos reprodujimos como la lluvia. Vivimos parasitando almas viejas. Adiós literatura, adiós pintura, adiós cine, adiós arte. Deseamos vivir sin día ni fecha ni horario. Amamos una rutina con nombre de mujer que nada se parezca a nada. Adiós borges, adiós. Somos tantos que ya nos conocemos pocos. Hemos perdido la intimidad. Estamos desnudos en el nuevo edén, un edén sin mito, real, muy real. Somos carne del cálculo: nuestra epistemología: la matemática.
¿Cuándo despertaremos?

 

 

ODA GUERRERA

Camino a la tumba de Lorenzo 
Sobre los pasos del libertador 
De la sangre y la pluma 
Del indio que escribe sobre la tierra
Una cultura de aquelarre antropofágico

Escribe para resucitar muertos 
Escribe para amedrentar los silencios 
Escribe palabras malditas 
De demonios blancos

Sobre la vitrina de un sahumerio 
África se retuerce cantando 
Si somos tribus, somos cielo, somos soborno 
Y esclavitud de usted, patrono, ¡no!

Cansados de la bulimia de tu pensamiento que discrimina en sus sueños 
Cansados de tanta fiebre letra culta, de tantos veranos sin sol

Comemos muertos, no vivos
Ustedes nos comen vivos 
Nos tragaron nuestras madres 
Nos tragaron nuestros deseos 
Nos comieron los ojos

(Mi mirada es singular al cielo 
Allí están encadenados nuestros cuerpos 
En el reflejo de un buen Dios cristiano)

Por eso reventamos sapos
Por eso retornamos desde las orillas. 
Por eso somos tu intoxicación,

A honra de antepasados quemados encerrados en sus pasados

Hemos vuelto, somos amuleto letal 
Hemos escapado a la tortura de tu trono
Y ahora que somos Nadies a caballo y tregua

Pedimos: tu voluntad 
Pedimos: tu silencio 
Pedimos: tu vacío 
Gritaremos, eso es promesa
Hasta que se te caigan los dientes

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