Carlos Pablo Cocciolo

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martes, 26 de enero de 2021

novela juvenil, autora LA vie est belle,TERESA

 

Cuando no hay caminos ¡hay que hacerlos!…y fue así como cuando vi en lo que me había metido, a esto de escribir -me refiero-, me dije a mi misma “yo puedo”.

 

 

 

 

I SUEÑOS DE INFANCIA

 

 

 

 

 

 

Tengo varios hermanos y hermanas por el hecho que mis padres al separarse formaron nuevas familias, pero de mamá y papá sola yo, quienes  me pusieron de nombre Teresa.

 

 

Mi primera infancia

 

A los 5 años de edad aproximadamente. En ese entonces vivía con mi padre en una casa de barrio, mi vida era simple ni siquiera iba a la escuela todavía.

 

Mi papá como todas las mañanas se levantaba a las 4 de la mañana para ir a y trabajar, él era empleado metalúrgico y muy orgulloso de la empresa en la que trabajaba se llenaba la boca cada vez que decía CADAFE, y yo lo veía, atenta,  a mi padre como a un superman. Lo veía sentado tomando mate mientras me decía “¿quién es la nena más linda del mundo?” A lo que contestaba “yo, papá”,

 

 

Despertarme e ir a la cocina a hacerme mate cocido. A esa edad yo ya sabía prender la cocina y calentar el agua. Solamente que una vez utilice una taza de plástico para poner sobre la hornalla y ahí supe que el plástico no resiste el fuego. Me pasaba todo el día en casa y cuando estaba aburrida visitaba la casa de la vecina en donde vivía una adolescente con sus padres a quien tenía que llevarle algún regalito para poder entrar a la casa.

 

Y. a veces,  iba a la calle en donde se juntaban algunos varones de la cuadra a jugar y yo tenía libre acceso a ese grupo porque allí estaba mi hermano – de parte de madre-.

 

Él tenía en ese entonces 11 años y yo lo veía como el que le ganaba a todos peleando y les decía a los chicos que me decían que no quería que juegue con ellos.

 

 “Vas a ver con mi hermano” y allí nomás se metía mi hermano flacucho - al que yo le tenía tanta fe -  y el que me iba a proteger de todo.  Él recibía la paliza de su vida, pero me defendía, yo era feliz o al menos eso creo ahora.

 

No tenía a mi madre conmigo. Ella vivía con su nueva familia a pocas cuadras de la nuestra. Sin embargo,  yo tenía a mi papá superman.

 

Todos los días eran así: cada día una aventura. Aventuras  en la que estaba incluida mi gata,  una fiel compañera

Al medio día, veía televisión casi siempre una serie Daktari que se trataba de un grupo de proteccionistas o algo así que ayudaban a los animales de los cazadores y en algunos capítulos había incendios provocados por los cazadores. ¡yo odiaba a esos cazadores!

 

Justamente,  en una ocasión una prima vino a casa y sin querer quemó la toalla de mi papá. Él solía dejarla extendida al lado de la tele, mi prima la volvió a dejar en el mismo lugar. Al llegar la tarde, vendría lo mejor con el regreso de papá, eso sería una fiesta: él sabia mimarme y yo aprovechaba eso para mis caprichos.

 

No podía ser todo tan lindo, ya llegaba el tiempo de ingresar a la escuela y había llegado a casa mi abuela, mi tía, madre y hermana.

 

De papá entendería lo que estaba pasando. Cuando ya el tren partía de la estación Federico Lacroze hacia Posadas y de allí a Carmen del Paraná , Paraguay, en el andén quedaba mi papá y mi abuela; mi tía sujetándome con fuerza. Ahí comenzaría mi vida , lo anterior hasta aquí era un bello sueño en donde no conocía la maldad solo la dulzura de mi padre.

 

 

II LA CASA DE MI ABUELA

 

Transité mi infancia en la casa de mi abuela, una casona de ladrillos y techo de tejas. Allí vivía Mónica, un año más que yo. Mi abuela la había adoptado a Mónica que  era huérfana de padre y la madre y  se había vuelto  a Buenos Aires porque la familia del marido no la ayudaba y, viuda con 5 hijos no le quedaba otra alternativa que dejar al cuidado de una vecina a sus dos hijas más pequeñas para poder buscar trabajo en buenos aires una vez ya estando ubicada volvería por sus hijitas,

 

 

En ese entonces no comprendía la situación de MONICA sabía que era mi prima y ella con solo un añito más que yo fue mi ángel, mi compañera, mi hermana por muchos años.

 

Hacíamos travesuras, ella se trepaba a los árboles y yo abajo esperando lo que ella arrancaba del árbol, aunque yo extrañaba a mi padre y quería volver a verlo.-

Mónica comenzó el primer grado y ella me llevaba a la escuela Mi abuela le decía que me tenía que llevar de oyente, así que eso no le hacía mucha gracia a mi prima pero lo hacia ella de guardapolvo de tablas impecable almidonado y planchado colitas con cinta, yo sin guardapolvo porque no era alumna,

 

Mientras ella estudiaba, yo me aburría y me sentaba en el umbral de la puerta del aula.

 

Cada día era una aventura por vivir con mi querida Mónica Hacíamos muchas travesuras. Éramos muy curiosas espiábamos a la abuela cuando se bañaba. Mi abuela tenia pelo negro y largo y la mirábamos fascinadas como se peinaba y se hacía una trenza.

 

Ese año mi abuela enfermó y a mí me mandaron con mi papá nuevamente a Buenos Aires. Allí comencé el primer grado con mi primo Luis, hijo de mi tía Cándida, hermana de papá.

 

Mi papa seguía trabajando en la metalúrgica y yo me quedaba con mi tía que vivía a 5 cuadras de casa. Mi tía trabajaba y quedábamos al cuidado de mi prima Nidia,  ella tendría unos 14 años y se encargaba de los quehaceres domésticos y cuidarnos. Mi primo Ángel era el joven de la casa, él trabajaba en una fábrica de vidrios. Cuando Ángel llegaba se sentía su presencia, no volaba una mosca, inspiraba miedo por su mirada, su apariencia de dureza y voz determinante y de pocas palabras; pero yo no sentía ese miedo que ellos mis primos Luis y Nidia sí sentían. Yo me alegraba cuando él llegaba. Poco a poco me fui ganando su cariño y me sentaba con él a hacerle compañía mientras almorzaba.

 

Mi prima, su hermana, le servía la comida y de la heladera sacaba una botella de vidrio “Paso de los toros” una bebida gaseosa que solamente a él y a mí nos gustaba, y me decía “trae un vaso” y me servía yo. Tomaba mirándolo mientras él bebía con tantas ganas. Su bebida -esa era toda la comunicación-, ese momento de sentarme en la mesa con él y de a poco pude ver el corazón bueno de mi primo, rudo que practicaba boxeo.

 

 

Yo era muy bajita de estatura y lo veía a él desde el piso: me parecía muy grande. De a poco me fui acercándome más hasta que cada vez que llegaba me alzaba y me lanzaba al aire y me volvía a sujetar y eso me encantaba

 

Cada vez que llegaba yo corría hacia él para que me tire al aire una o dos veces, y le mostraba mis zapatos nuevos, yo siempre tenía zapatos nuevos y mama nueva.

 

Entonces cada vez que Ángel me veía me decía “zapatos nuevos: mamá nueva”.

 

Mi papa traía a sus novias a casa y yo celosa, ya no compartíamos tanto, porque en el tiempo que estuve con mi abuela mi papá dedicaba su tiempo a sus diferentes mujeres, y eso a mí no me gustaba y hacia berrinches.

 

Los días en la escuela eran muy aburridos para mí y al volver a la casa de mi tía Nidia nos esperaba con la comida y después por la tardecita nos llevaba a juntar huesos latas y no sé qué más. No nos íbamos lejos, solo  a una o dos cuadras. Para nosotros era un juego al principio;  después ya era una obligación. Llevábamos eso a vender a una chatarrería y a ella le daban la plata. Y volver rápido a casa: nos bañábamos y ayudábamos a limpiar todo antes que llegara mi tía del trabajo.

 

Y estaba prohibido contar eso, era un secreto, el resto del día jugaba con mi primo Luis. Hacíamos experimentos,  casi siempre con latitas de sardinas,  al fuego con aceite,  y allí ponía sus dientes de leche que los guardaba cuando se les caía , y ponía el diente en la latita en la hornalla de la cocina para ver qué sucedía

 

Y por ahí,  el vecinito nos avisaba “¡viene tu mamaaaá!!!, y volaba todo. Guardábamos todo debajo de la cama. Eso lo podíamos hacer cuando Nidia no estaba ,cuando estaba en la escuela ella iba por la tarde nosotros por la mañana.

 

Ese año hice primer grado en Buenos Aires. Para el año siguiente ya estaba nuevamente en la casa de mi abuela y allí comenzaría el segundo grado, pero algo había cambiado mi abuela ya no estaba, había fallecido.

 

 

 

III MONI

 

Mónica y yo quedamos al cuidado de mi tía Sinforiana,  la hermana menor de mi papá. Le decíamos tía Sinfo. Ella tendría 25 años aproximadamente, tenía un pelo hermoso el cual cepillaba; y yo, la miraba admirando lo bonita que era. Cada mañana saltábamos a la cama de mi tía. Las tres nos reíamos. La tía tenia costumbre de agarrarnos los pies y hacernos cosquillas.

 

Al principio era gracioso después ya no lo sentía así, Mónica y yo íbamos a diferentes escuelas no sé por qué las dos eran estatales y a 2 cuadras de distancia.

Mi papa leía mucho, era muy curioso y yo aprendí de verlo leer también a leer. Lo primero que leí fue lo que decía en la botella de vino que mi papá tomaba con la comida.

 

Según contaba mi papá a los 3 años ya leía, mi escolaridad no fue muy normal que digamos, ya que del primer grado me pasaron a tercero, luego de ahí solamente hasta el quinto grado.

 

Por diferentes cuestiones no asistía a la escuela, mientras cursaba el tercer grado vivía con mi tía Sinfo y Mónica.

 

Me gustaban los días de lluvia porque Mónica y yo leíamos todo el día historietas de Paturucito Condorito y de Isidoro cañones metidas dentro de un mostrador dado vuelta.

 

Ése era un mostrador lleno de algodón que mi tía traía de la chacra de mi tío Paulino y depositaba el algodón dentro del mostrador.  Quedaba como un cajón, que era de mi abuela cuando tenía negocio. Ambas acomodadas allí, una en cada extremo del mostrador el más mullido y cómodo sillón. Teníamos pilas de historietas y revista “Selecciones del Reader Digest”.

 

Mi prima Mauri nos mandaba revistas desde Buenos Aires; y para comer: maníes con miel, que Mónica sacaba a escondidas del cielo raso en donde la tía guardaba la comida.

 

Mónica era como una monita se trepaba a todos lados y encontraba todo, yo por el contrario, era muy bajita y se me dificultaba trepar y correr. En cambio, ella trepaba arboles techos. Yo la admiraba.  por eso era mi ángel, porque me proveía de alimentos:  era mi hermanita-ángel

.

De esa manera pasábamos nuestros días. También teníamos responsabilidades que cumplir: entregar ropa limpia, almidonada y planchada. La tía trabajaba en casa para la pensión del pueblo.

 

Una vez al mes nos íbamos una semana a la chacra del tío Paulino, hermano de la tía El tío le podía traer los productos de la chacra a la tía, pero ella muy orgullosa no lo permitía. Ella iba a cosechar para nosotras. Mi tío llenaba la carreta de maíz, maníes, mandioca, porotos,   leña y todo lo que la tía juntaba.

 

Fue así que, en una ocasión, en la casa de mi tío, me dormí una siestita y al levantarme le pregunté a mi primo Rubén (Rubén era el menor de los hijos del tío,  el mayor era Marcial y Estela la del medio)  por la tía, y me dijo que “se había vuelto a la casa y que me dejó”.

 

Yo me puse a llorar porque no me gustaba estar ahí, así que empecé a caminar y le pedí a mi primo que me acompañe hasta el portón chico que estaría a unos 50 metros de la casa.

 

El portón impedía el paso de los animales, luego atravesamos el portón grande a un kilómetro aproximadamente y de ahí el camino al pueblo. Mi primo me acompañó hasta llegar a la casa de la tía. Él sabía que la tía seguía en la chacra pero en ningún momento me lo dijo.

 

La  casa estaba cerrada. Pensé que estaría en la casa de la tía Rosa, (la tía Rosa era mi tía-abuela, delgada y alta; viuda, se había casado con un alemán. Vivía a unas 8 cuadras).

 

Ya era tardecita y nosotros los dos pequeños solitos llegamos a la casa de la tía. La cara de mi tía asombrada porque era raro y nos hacía preguntas,  y luego nos mandó a lavarnos las manos. Ya se sentía el olorcito a algo rico y eso era lo más lindo de ir a lo de la tía rosa.

 

 

Merendamos leche con panqueques después jugamos con Mirta, la nieta de mi tía. Ahí dormimos, estábamos contentos y nos olvidamos de todo. Solamente jugábamos.

 

Al día siguiente estábamos en la hamaca debajo de un árbol de tala cuando escuchamos una voz fuerte de enojo. Era mi tío Paulino, bajo de su caballo, saludó a mi tía, charló con ella y después hizo sonar el arreador de cuero en el suelo y nos hizo gesto a que camináramos delante de él.

 

Y así nos llevó por todo el pueblo él a caballo,  nosotros a pie; y cada tanto, un latigazo al suelo. Yo adoraba a mi tío, él era un hombre alto, muy serio y muy trabajador

 

 

Tenía una dulzura cuando me hablaba. Y una dulzura de protector,  tanto que en una  ocasión que una oveja negra -que era mala- me había embestido y caí sobre la bosta de vaca. El inmediatamente carneó el animal y me decía cuando estábamos cenándola “mordé fuerte Tere, ésta es la que te tiró”.

 

 Pero también sabia de su mal carácter.  Cómo castigaba a sus hijos, esos retos que le daba y seguramente algo más; pero yo nunca vi pegarle a nadie.

 

Todos lo respetaban, chicos y grandes.

 

 

IV  ------------------

 

 

De esa manera fue esa primera etapa de mi infancia entre juegos y escuela, Mónica mi prima era lo mejor que me había pasado en esos tiempos, teníamos amigas las vecinitas de enfrente Andrea, Daniela y Perla eran hermanas, Edith era otra vecinita tenía 2 hermanas Eloísa y Olí , a Edith le tocó sufrir la muerte de su hermana Eloísa , unos días antes jugábamos a que se moría una muñeca, y que la velábamos y la sepultábamos.

 

La tía nos decía no jueguen a eso trae mala suerte, así que cuando falleció Eloísa pensé que era nuestra culpa, Eloísa era muy bonita tenía 15 años,

 

Los días siguientes eran muy tristes en la casa de Edith pero jugábamos.

 

 Los días fueron pasando y una tarde mientras la tía y la mamá de Andrea dormían siesta nos fuimos a vagar y llegamos a una laguna artificial. Hacía mucho calor, así que nos metimos y chapoteábamos y jugábamos en el agua sucia. En eso veo a la tía que se acercaba a toda velocidad con una rama larga y fuerte, corrimos y corrimos,  pero igual ella nos alcanzó con la punta de la rama.  Mónica fue  la que más cobró: las piernitas flacas estaban todas marcadas, enrojecidas.

 

 

¡Qué felices éramos nosotras en nuestro mundo! Dormíamos juntas, nos bañábamos juntas, con solo mirarnos ya sabíamos, no hacían falta las palabras.

 

Al tiempo algo cambió la tía se fue con Mónica un largo tiempo a la casa de un tío en la ciudad de San Ignacio, allí seguía la escuela y a mí me dejaron en la casa de mi tío Paulino.

 

Esa parte de mi infancia fue dura, de pronto ya no estaba Mónica, ni mi cama cómoda de la casa de mi abuela.

 

Todo era distinto lo más o menos bueno,  era que en la casa de mi tío vivía por temporada en la casa.

 

La sobrina de la esposa de mi tío, se llamaba Teresa también,  y se quedaba los días de semana porque era maestra y enseñaba en una escuelita de campo, y a esa escuela fui ese año. Yo continuaba el tercer grado que ya había comenzado en Carmen, el pueblo en donde vivía con mi tía.

 

Mi maestra, Teresa, dormía conmigo en la misma cama, porque en la casa de mi tío no había mucha comodidad.

 

Y la esposa de mi tío no era mucho de la casa, era maestra pero había dejado de trabajar en la escuela para estar con mi tío sembrando en la chacra.

 

Ellos comenzaron con mucho sacrificio y al día de hoy son grandes agricultores de exportación; y a mí me tocó estar con ellos. Yo colaboraba en los que quehaceres: ayudaba a mi prima Estela, y jugaba con Rubén

 

 

 

IV CAMBIOS

 

 

Los días eran interminables mi primo Marcial no era muy simpático y Estela tampoco, la escuela era muy diferente a la escuela del pueblo, muy precaria y caminábamos mucho para llegar a ella. Yo me ponía el guardapolvo blanco que la tía me lavaba con jabón blanco, almidonaba y planchaba. Sin embargo el guardapolvos de a poco se volvió viejo, mal lavado y arrugado. Mi pelo ya no estaba tan arreglado y mis pies toda la mañana mojados porque en el camino el roció mojaba y ensuciaba mis zapatillas que eran blancas.

 

Todo en mí se fue deteriorando. Al tiempo dejé de ir a la escuela porque la maestra se había ido y la escuela cerró.

 

Yo, más tiempo en la casa; quería ir con mi tío a la chacra, pero solo iba Marcial que era más grande.

 

Así que me volvieron a mandar a la escuela del pueblo con mi primo en un caballito manso los dos. Y  volvíamos juntos.

 

Mi aspecto ya no estaba cuidado como antes cuando me arreglaba Mónica, así termine ese año escolar,

 

En el campo había época de cosecha y acostumbraban a juntarse todos. Se quedaban a dormir como se podía.

 

Una vez a la casa de mi tío vinieron familiares de la esposa del tío con sus hijos. Si Marcial era terrible, éstos eran mucho peor, y se juntaban y a mí me hacían bromas desagradables.

 

Esa noche armaron camas en la galería para todos los chicos y también estaban los más grandes entre ellos Marcial y sus primos muchos más grandes.

 

Acá se terminó mi inocencia. Ocho años tenía yo cuando sentí el peso sobre mi cuerpito flacucho y pequeño, no era ninguno de mis primos;  supongo que era uno de los primos de ellos, el más grande creo. En ese entonces no entendía qué me había pasado solo que hasta el día de hoy lo recuerdo, y recuerdo que hablaban bajito con Estela, ella sabía.

 

 

Después, al tiempo, mi tía volvió a la casa del pueblo pero sin Mónica, ella seguía en San Ignacio y yo también volví a la casa.  Una parte de la casa estaba alquilada a una señorita que tenía a cargo a su mama ya muy viejita. Andresa se llamaba la chica. Era delgada y arregladita solo que el rostro tenía con muchas cicatrices de acné, pero era muy amable conmigo.

 

 

 

V PAPÁ Y ANDRESA

 

Al tiempo se mudó mi papá a la casa, mi papá era muy mujeriego y Andresa se enamoró de mi padre. Y entonces éramos los tres felices, al menos Andresa y yo, mi papá no sé, siempre tenía otras. Él viajaba siempre, trabajaba comprando y vendiendo de todo y también de cocinero en las empresas que construían rutas.

 

Una mañana me despierto casi no podía mirar, sentía la cabeza pesada y que me iba para un costado, mi papá se levantó asustado

-mi hija, ¿qué te pasa?- me decía.

Yo no podía contestar, me llevó al hospital y me sacaron gusanos de la cabeza: se me había hecho miasis.

 

Eso les pasaba a las vacas por el líquido de los gusanos  y justo a mí me pasó. Así que me sacaron las enfermeras porque no había médico y sin anestesia. De a poco me fui recuperando pero yo tenía la cabeza toda vendada y me habían cortado el cabello.

 

Llegó la navidad y yo con mi madrastra Andresa y con su madre la pasamos solitas. Mi papá lejos trabajando,  mi tía se había ido a San Ignacio.

 

-¿Qué querés comer de especial? – me preguntó Andresa

- Papas fritas- contesté.

 

Las papas escaseaban en ese lugar allí. No se cultivaban papas y era raro ver papas. Así que salió a buscar y consiguió. También, eran caras, así que esa noche la cena especial fue papas fritas,

 

Cada tanto volvía mi papá y se quedaba unos días,

 

Una mañana al despertar fui a la sala - que era el lugar en donde dormía Andresa- y mi papá estaba allí, había llegado de madrugada ¡Qué contenta me puse! ¡Mi papá me había traído fibras para el colegio y unas cuantas cosas más,  unas lapiceras que eran 4 colores en uno!

 

La sala, tenía una puerta grande de dos hojas que comunicaba con el dormitorio y una puerta a la calle y otra a la galería trasera. Estaba todo siempre muy limpio y ordenado.  Andresa era así, muy limpia, simple y cariñosa.

 

Ella trabajaba en un negocio frente a la escuela. En el recreo todos iban a comprar al negocio. Yo nunca iba hasta ese entonces. Andresa me esperaba con una bebida gaseosa y un rico sándwiches de salame tomates y queso. Ella me nutria el cuerpo y el alma, me daba cariño y yo adoraba estar con ella.

 

Al medio día arrancaba algunas tunas y me las llevaba a casa para comerlas hasta que me lleve un susto. Antes de entrar a la escuela sacaba de la planta y las guardaba en un poste que tenía un huequito en la parte de arriba. Yo de puntitas de pie llegaba y al salir de la escuela me las traía en el bolsillo.

 

Esa vez en lugar de la tuna, encontré una lagartija. El susto que pasé me dejó paralizada por un rato y nunca más volví a comer tunas.

 

Todos los días eran iguales, todo pasaba con una calma y rutina que me agradaba, me daba seguridad.

 

Y un día de esos volvió Mónica, eran las vacaciones de tres meses, así que contentas las dos. Comenzamos nuevamente a jugar y a leer

 

Al poco tiempo Andresa se mudó, la tía le había pedido la parte que le alquilaba.

 

Ella me llevó a la nueva casita hasta que volvió mi papá. Él era muy responsable y me llevó y me cuidó.

 

 

 

 

 

 

VI EN LO DE TÍA MÓNICA

 

Volví a la casa con mi tía Mónica que  era epiléptica y le estaban agarrando más seguidos sus ataques,

 

Así fue que una vez al regresar de la escuela la encontramos con Moni tambaleando sobre el borde del aljibe, la salvamos de caer al pozo.

 

Entonces nos cambiamos de turno para cuidarla. Moni iba por la mañana y yo por la tarde, poco a poco la salud de la tía se fue deteriorando: ya no planchaba ropa para la pensión; porque en una ocasión en unos de sus ataques se quedó la plancha pegada al brazo y se quemó bastante.

 

Cuando Moni tomaba mate estábamos al lado de ella porque también se había quemado con el agua caliente. En otra ocasión se había comido parte del jabón de lavar ropa, y hacia cosas raras. Cuando íbamos al cementerio ella se quedaba mucho tiempo en la sepultura de sus padres porque los extrañaba mucho. Ir al cementerio era la mejor mimada mientras nosotras jugábamos a las escondidas entre las sepulturas, hasta que una vez en  una sepultura de indio se desmoronó y salimos corriendo.

 

 

 

A la mañana al despertar,  era rutina hacernos coquillas en los pies y nosotras a los gritos, riendo de tantas  cosquillas. También las costillas en la panza. Las cosquillas dolían porque con el dedo índice nos hundíamos fuerte.

 

Ya nos dábamos cuenta que algo le pasaba a la tía, hablaba sola y se reía con los ojos raros. Mónica me miraba me hacía gesto y nos íbamos atrás de la casa a jugar a la hora de la comida nos daba comida pasada a veces ya está verde y nos obligaba a comer. Tenía una rama en la mano si no comíamos nos pegaba, Mónica subía al cielo raso y traía miel y maní.

 

 

Así nos alimentábamos. La situación se puso peor y mi tía Herme viajó desde Buenos Aires a ver qué pasaba. Se reunieron los hermanos. La tía estaba agresiva en una de esas revoleó un sueco pesado de madera -como se usaban en esa época, seria en el 75 aproximadamente- en dirección a mi papá, pero me dio a mí y mi tío Paulino se enojó tanto y la encerraron en una piecita muy chiquita con un ventiluz.

 

 

VII LA TÍA HERME

 

 

Solo la tía Herme entraba a darle de comer. La tía Herme trabajaba en Buenos Aires de empleada doméstica. Ya hacía varios años que trabajaba para la misma familia, y le dieron permiso para viajar.  Lo que sí, que tuvo que quedarse un largo tiempo: había conseguido trabajo en una fábrica de embutidos en la esquina de casa mientras nosotras la cuidábamos a la tía.

 

Yo dormía con la tía Herme en la sala; y una noche me despierto, y la tía Sinfo la tenía a la tía Herme del pelo. La hizo sentar en la cama y mi tía herme la trataba de tranquilizar le decía que me estaba asustando.

 

-         vamos a hablar afuera -

 

Y le daba la razón a lo que ella decía. Todo iba de mal en peo. Los hermanos decidieron vender la casa y hacerle una cabañita en la chacra de mi tío Paulino, y así nos mudamos. Creo que fue la peor decisión que tomaron.

 

 Ahí nos quedamos por 2 años aproximadamente en el medio de la nada lo bueno es que mi tía Cándida se había mudado también y estaba mi primo Luis y Ñeco que eran buenísimos y vivíamos con ellos en la casa de adelante y en la de atrás, mi tía Sinfo, peor cada vez , tenía sus días.

 

 

VIII LA TÍA SINFO EMPEORA

 

En una ocasión desapareció por varios días. Estaba en el monte. En otra ocasión se había quemado porque tenía un brasero, hacia frio en su casita, y se cayó  el brasero al lado de ella.

 

Estuvo internada y la tía Herme viajó nuevamente. Mi tía Cándida era muy buena y el marido también al menos en ese entonces, tocaba la guitarra y nos hacía bromas y Luis y Ñeco se iban a la chacra con él, porque habían sembrado maíz algodón y más cosas,

 

Yo me quedaba en la casa con la tía y la ayudaba con mucho gusto, comíamos muy rico. A la tía le gustaba cocinar. Después de lavar los platos que nos tocaba a Mónica y a mí, escuchábamos radioteatro.

 

Yo me había encariñado mucho con mi tía Herme. Así que cuando venía de Buenos Aires me ponía muy contenta y ella me mimaba a mi más. Esos años no fuimos a la escuela, solamente Luis iba, era complicado debido a la distancia.

 

Poco a poco fueron pasando los días, los meses y los 2 años allí; y un día la tía Herme me llevó con ella a Buenos Aires, yo tendría 11 años, ella trabajaba cama adentro en la misma casa de siempre, y yo me quedaba en la casa de mi tía Ñeca.

 

 

VIII  EN LO DE TIA ÑECA

 

 

Ella tenía dos hijos pequeños Alicia de 6 meses y Dani de 3 años, y necesitaba a alguien que le cuide los chicos para que ella pudiera trabajar.

 

Me dio instrucciones y aprendí rápido a cambiar pañales, y preparar mamadera. Mis primitos se portaban bien. La amiga de la tía, una vecina, tenía una hija de mi edad y una bebé de la edad de Alicia, con quien hablaba.

 

Ya no jugaba a esa edad, me convertí en una pequeña mamá: a todos lados con mi primita a upa. Después la vecina también me dejaba a la bebé, mientras trabajaba y me daba un poquito de plata con lo que me compré un par de zapatos. ¡ yo contenta con eso! A los meses llegó mi tío, el marido de mi tía Cándida.

 

 

Se quedaba en la casa de la tía también, trabajaba todo el día solo venía a dormir, a la mañana la tía se iba primero al trabajo,  después mi tío, el cuñado de la tía Ñeca.

 

Todo bien hasta que una mañana mientras preparaba la mamadera para Alicia el me empezó a decir, a susurrar  “ya estas grande estoy, enamorado de vos” y me comenzó a abrazar tocándome los pechos que ya se me notaban. Conseguí salir de la cocina; agarré a mi primita para darle la leche y por suerte se fue. Eso me perturbó bastante.  

 

Repentinamente,  me di cuenta que yo hacía gestos sin darme cuenta parpadeaba seguido y torcía la boca, cada vez con más frecuencia.

 

El vecinito me hacía burla por eso y hacia los mismos gestos por lo que no quería que vaya a ver la tele en su casa porque se contagiaba de mis gestos.

 

--no vengas más Candi - Él me llamaba Candi - no voy a ver dibujitos - y cambiaba de canal,  ponía Mirta Legrand

 

Entonces dejé de ir,  y en eso llega la tía con un televisor Hitachi rojo, que le habían regalado en el trabajo. Y ahí ya no necesitaba ir a ver la tele a la casa del vecinito,  pero él venía porque se le había quemado el televisor, ya pronto cumpliría 12 años.

 

 

 

IX  EN CASA DE MAMÁ

 

Y fue entonces que mi tía me llevó a ver a mi mamá. Viajamos, tomamos 2 colectivos y llegamos a la casa en donde vivía mi mama con el marido Luis. Allí vivían también los hijos de él, Delia y Luis,  y los 2 en común, Jorge y Graciela y Cresencio mi hermano mayor.

 

 

La tía no la quería a mi mamá, no perdía oportunidad para hablarme mal de mí mamá, de envenenarme. Eso se podía sentir en el aire tenso, eso me incomodaba bastante. Me quedé en vacaciones de invierno una semana en la casa de mi mamá.

 

Pero ella trabajaba todo el día y mi hermano Cresencio no era de hablar mucho, yo ayudaba a Delia la hija de mi padrastro y chalábamos. 

 

 

Llegó mi cumpleaños y mi mama vino con Graciela y Jorge a la casa de mi tía hubo torta globos y bonetes.

 

 

 

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