Me llamo Esteban, y también Eduardo. Me dicen Néstor,
Patricio, Querubín. Gozo de llamarme también Anastasia, Lúgebra, Crística,
Adonaida, Mamá Cocó. Lo cierto, es que me gano la vida de esa forma. Actuando.
Me solicitan y voy. Yo estaba acostumbrade a vivir una vida cómoda en lo de mis
padres, sin embargo, la vida me lanzó hasta aquí: el océano. Yo ya sabía
bastante del sistema financiero, sabía caminar con fuerte pisada y también
liviana. Y no me creo un sere de otro mundo. Soy nada más que alguien que se
camufla. Me pagan por ello. Me pagan por ir a cada espectáculo y calzarme los
rudimentosos trajes, salir a yirar, y caminar.
En el camino encuentro grandes diseñadores, que te van
diciendo tras golpeada “ándale”, “tú eres futuro”. Y yo, tranquile, dándome
azotes, me dejo llevar por palabras de otras personas. Si me piden una
confesión: creo que es claro. Solo sé actuar.
La última vez que me llevaron por unos buenos mangos, me
dijeron que todo iba a ser mejor, y
sí, la verdad, que conocí a Cristóbal. Un señor muy aventurero, muy divertido,
y hasta extrovertido. Y fuimos a conocer de la mano, un café, y otro café, y la
verdad, verdad, es que empecé a sentir mariposas en el ombligo, y más abajo,
más abajo. Y me llevó a conocer Dysney para adultos, y jóvenes. Y fui testigo
de un mundo de colores, que traen recuerdos, que llevan memorias, que fijan
territorios y todo eso. Me enamoré de su dinero.
Pasó el tiempo, y Cristóbal venía ya con sus cuentos, de
vejez prematura, y me alejé.
Pisé rayos, caminé paredes y llegué justo en el mismo
momento que estoy hoy. Nunca me alejé de
mi familia por completo. Y hasta a veces, les tiraba unos mangos, siempre y
cuando sea ganado por buen trabajo. Y ya que está, aclaro, que soy Lesbiana. Que mis
mejores trabajos son de hombre, amo vender pochoclos en una esquina de una
feria o tratar de vender pelones en la ruta o choripanes, o actore.
Me llaman seguido. Ah, de ese tal Cristóbal, rajé. Me fui,
dejé que sus llamadas se ahogaran en mi teléfono. Cristóbal, fue un juego
temporario, y luego este espacio, tan lleno de luces, esperaba otro final. Pero
estoy casi levitando. Veo de colores el cielo desde una ventana de hospital.
Caigo en un sueño absoluto.
Carlos Cocciolo